Estaba haciendo mis compras del medio día cuándo de repente sentí un grito de desesperación, me giré para ver qué pasaba , y en ese mismo instante observe a lo lejos un "Inquilino" qué vestia con una camisa a rayas y un antifaz, era gordito y parecía tener unos 34 años, supuse qué le había robado el monedero a la saeñora qué había gritado, ya que él hombre poseía un monedero bastante cursi y enflorecido. Pensé y recapacite en menos de un milésima de segundo, y llegue a la conclusión de avisar a un agente qué pasaba por allí.Pero entonces sentí una mano fría y peluda qué me rozaba la espalda, y una voz amedrantadora qué decía:
No digas nada, o si no será tú familia quien lo pague.(Aunque el malenante no sabía nada de su vida era solo para asustar)Yo aterrorizado no sabía qué hacer, las piernas me tambaleaban, mi espalda se encorvaba ligeramente hacia adelante.Pero entonces supe qué nadie debería asustarme de esa forma, nadie me podría amenazar, nadie cometería un delito en mi presencia y... ¡No saldría a la luz! Segundos después con voz severa formulé las siguientes palabras:
No sabes nada de mí, y esto no quedara así..Corrí a comunicárselo al guardia de seguridad, qué observo cómo el ladrón huia desesperado, y cómo se dice qué se pilla antes a un cojo qué a un ciego, dicho ladrón resvaló con una asquerosa cascara de platano, y él audaz policía dijo:
Tienes derecho a un abogado...
Está historia ahora os la cuento tan placidamente tunbado en el sofá de mi casa, atribuyendome méritos merecidos por mi increible azaña.
Un robo contado por un testigo
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